Escribo esto desde el metro. De un tiempo a esta parte, el número de gente pidiendo se ha multiplicado, y profesionalizado, de forma asombrosa.
Independientemente de lo que pueda suponer esto en cuanto a la situación socio-económica del país, creo que hay algo a tener en cuenta cada vez que damos limosna.
Una limosna es una especie de subvención otorgada para algo que no aporta valor. ¿Qué pasa cuando damos limosna? Que reforzamos ese comportamiento. Igual que un niño pequeño al que las pataletas le funcionan para conseguir lo que quiere, el subvencionado cae en esa costumbre en el momento en el que le empieza a funcionar.
Todos tendemos al menor esfuerzo, y si algo nos funciona, ¿para qué cambiarlo? Por tanto, dando limosna estás reforzando la situación del que pide.
Este efecto también se ve en esos padres que subvencionan durante años los gastos de sus hijos. Les impiden tener un futuro mejor. Te recomiendo encarecidamente la lectura de El millonario de al lado para entender mejor de qué hablo.
Otro efecto muy relacionado, es que refuerzas el estado de ánimo del que pide. Si le das limosna a alguien que toca el violín con una sonrisa, refuerzas su esfuerzo y su sonrisa. Si le das limosna a alguien que te llora, te pone cara triste o expone su victimismo culpando al Estado, la situación, la mala suerte o lo que sea, lo que refuerzas es todo eso. Cuanto más tiempo mantiene una persona una determinada emoción, más le inunda esa emoción. Más difícil es salir de ella. Está demostrado que tu fisiología influye directamente sobre tus emociones, y viceversa. Para bien, o para mal.
La otra cosa que pasa cuando das limosna, es que refuerzas la emoción de carencia del que pide, y la tuya propia. Habitualmente no se da limosna desde un sentimiento de amor, compasión y abundancia. Se da desde una sensación de carencia, de creer que no hay suficiente para todos. Desde tu propia carencia, haces real la carencia del otro.
No confundas solidaridad con limosna. Sé solidario, ayuda desde el amor y la abundancia. Escucha y tiende una mano al que lo necesite, pero no le hagas dependiente de ti. No refuerces su carencia. Ni la tuya.