Parece que poco a poco van calando en la gente ciertas iniciativas más sociales y ecológicas. Una de ellas es el comercio justo. Me parece genial, como forma de compensar ciertas desigualdades.

Pero, ¿qué entendemos por comercio justo? En su base está la protección de los productores, por lo que no se suele hacer referencia a toda la cadena de valor, sino únicamente al primer paso. Hay que compensar de forma justa al productor, claro. Pero creo que tendemos a olvidarnos de que hay más personas que juegan su papel para que podamos disfrutar de ese producto tan justo en nuestros hogares. Son los poco queridos intermediarios. Distribuidores, comerciales… Pero, ¿son todos tan malos?

Por ejemplo, mi padre es pescadero. El último intermediario entre los pescadores y el consumidor. Él no pesca, ni tampoco tiene una piscifactoría en la que produce lo que vende. Él, lo único que hace, es levantarse todos los días a las cinco de la mañana para recorrer 73 km en su furgoneta, llegar así de los primeros al mercado para buscar la mejor calidad, cargar la mercancía, recorrer otros 73 km de vuelta, descargar y colocar la mercancía y después pasar toda la mañana atendiendo con buen humor y paciencia (que de esto último no le sobra) a decenas de clientas y clientes. Al terminar la jornada, limpia el local, hace algunos repartos y se va a casa a organizar las facturas de sus proveedores.

Pero, en el fondo, no es más que un intermediario.

Y esa mercancía pasa por otros intermediarios anteriormente. No sólo el trabajo del productor –en este caso el pescador– es muy sufrido. Si mi padre –intermediario– se levanta a las cinco de la mañana, significa que los proveedores a los que les compra el pescado se han levantado un poco antes. Y que los transportistas que lo han llevado desde la costa a ese mercado, llevan toda la noche trabajando.

Pero claro, todo eso son intermediarios. Los malos de la película. Los que se quedan el dinero injustamente.

Está claro que cada intermediario que se suma supone un aumento en los costes del producto, a veces incluso un detrimento de su calidad. Por lo que cualquier intermediario que no aporte valor real a esa cadena de valor, está de más. Pero la mayoría suelen ser necesarios. Al menos, hasta que se apliquen nuevas formas de distribución, como ha ocurrido con algunas industrias basadas en información. O a menos que queramos apoyar a los productores que son, a la vez, distribuidores. Recuerda, cada euro es un voto.

 

Algunos ejemplos de comercio casi justo

Un ejemplo absurdo de comercio justo es un producto que yo he consumido durante algún tiempo. Y eso a pesar de que la calidad no era especialmente buena… Me encanta el chocolate. Y encontrar un chocolate de 85% de cacao, ecológico, de comercio justo y por tan solo 1,25€ era un producto muy goloso –nunca mejor dicho–. Solo tiene una cosa que no me encaja… Es un producto de Auchan, la marca de Alcampo. Si bien no dudo de que el producto cumple con los estándares de comercio justo, lo que despierta mi inquietud es si a través de la cadena de distribución de dicho supermercado se mantienen esos valores de comercio justo. No voy a entrar a juzgarlo porque no lo conozco. Pero ahí lo dejo. Lo que si voy a juzgar es el chocolate. Si aprecias el buen chocolate, puedes prescindir de este.

Otro ejemplo que no puedo evitar mencionar es el té Earl Grey de Oxfam Intermón. Que por cierto, es el contenido de mi taza mientras escribo esto. Solo voy a decir que si aprecias el buen té, puedes prescindir de este.

Lo que me lleva a pensar que comercio justo no equivale a productos de calidad. Por un tiempo me hizo sospechar que, en ocasiones, lo que promueve son productos subvencionados. Ya que cuando un producto se subvenciona, se pierde el incentivo de querer hacerlo bien. La calidad es competitiva, las subvenciones no. Pero eso no son más que sospechas, probablemente equivocadas: uno de los principios del comercio justo es el rechazo a las subvenciones. Ojo, no digo que todos los productos sean de mala calidad. Estoy seguro de que hay productos de comercio justo con una gran calidad, y yo lo seguiré apoyando, en su justa medida.

El problema que veo es que se convierta en una moda y pierda su verdadero sentido. Como le puede pasar al consumo local, del que soy partidario, defensor y, en cierta medida, promotor. Pero con un poco de coherencia, a ser posible. Porque resulta que en Salamanca no hay boquerones ni merluza. Y en Madrid, no hay plátanos, ni aguacates. Resulta que el ser humano ha dejado de ser nómada hace bastante. Bastante poco, en términos evolutivos, pero bastante en términos sociales y productivos. Y si queremos seguir teniendo la misma variedad y calidad en nuestra dieta que tenían nuestros ancestros cazadores-recolectores, debemos consumir productos producidos más allá de lo local.

Por cierto, no sólo de variedad en su comida se beneficiaban nuestros antepasados. El comercio e intercambio de información, desde que el hombre es hombre, ha traspasado fronteras. La diferencia es que ahora esas fronteras están bien definidas, y que los medios de transporte e intercambio son más eficientes y más rápidos –a veces inmediatos–.

El comercio justo y el consumo local, como principios, están muy bien. Pero hay que encontrar una cierta coherencia en su aplicación. Diría que esa coherencia empieza por uno mismo. Lo cual no es nada fácil –al menos, no para mí–. Hemos diseñado una sociedad en la que priman la velocidad y la novedad constante, frente a la calidad y la justicia. Queremos más, no mejor. Y ese es el problema.

El mundo es el que es. Avanzamos, evolucionamos, a veces aprendemos. Y entonces, el mundo deja de ser el que es; empieza a ser otra cosa, y a eso hay que adaptarse. Avanzar, evolucionar, y aprender. Está en la naturaleza humana. En la naturaleza, en general. No hay una sola especie, animal o vegetal, que no busque crecer y expandirse indefinidamente. Mientras haya recursos, pa’lante. Cuando deja de haberlos, pa’trás. La diferencia es que la naturaleza acepta esas recesiones. Nosotros no. Nosotros estamos por encima de ella. Y al parecer es horrible pensar lo contrario.

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