Comienzo hoy un hábito que pretendo extender a todos los lunes: el de los lunes de limpieza y simplicidad. Este hábito fue una ocurrencia que tuve el lunes pasado, en el que hice un verdadero parón en mi rutina: durante todo un día dejé de pensar.

¿En qué consiste?

Fácil. Durante todo el lunes me dedico únicamente a tareas de limpieza y mantenimiento para hacer y mantener mi vida más simple. Tanto a nivel personal, como laboral. Tanto a nivel físico y material, como mental. Lo que implica acciones tan dispares como limpiar la casa, despejar mi e-mail, revisar mis procedimientos en el trabajo, deshacerme de cosas que no uso, acicalarme, o incluso cambiar ciertas creencias limitantes, por citar unas cuantas. Pero además, también implica no-acciones, como meditar.

Mi intención con este hábito es, como digo, el de hacer y mantener mi vida más simple. Es algo que creo que hay que revisar de vez en cuando, ya que con el tiempo tendemos a complicar las cosas casi sin darnos cuenta. Creo que de esta forma disfrutaré más del resto de la semana (y del mismo lunes, claro). Y además estoy seguro de que mi trabajo se beneficiará enormemente por, entre otras cosas:

  • depurar procesos que no son eficientes,
  • desechar clientes que no son rentables,
  • limpiar mi zona de trabajo para evitar distracciones,
  • eliminar ruido innecesario (papeles que no uso, etc),
  • repasar tareas pendientes,
  • revisar mis objetivos y mi estrategia para corregir desviaciones
  • y, sobre todo, descansar y desconectar.

Esto último es a menudo lo más difícil de hacer; y, sin embargo, una de las mejores formas que conozco para aumentar la productividad. ¿No te lo crees? Sé que suena raro, pero quizá lo entiendas mejor con el cuento que relato a continuación. Existen numerosas versiones, yo he elegido una de Jorge Bucay.

 

Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.

El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque.
El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar.
En un solo día cortó dieciocho árboles.
-Te felicito -le dijo el capataz-. Sigue así.

Animado por las palabras del capataz, el leñador se decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó bien temprano.
A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y se fue al bosque.
A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles.
«Debo de estar cansado», pensó. Y decidió acostarse con la puesta de sol.
Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad.

Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol.
Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento.
El capataz le preguntó: «¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?».
– ¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles.

 

No permitas que tu día a día acabe desgastando tu hacha. Dedica de forma habitual un poco de tiempo a hacer limpieza y mantenimiento: en tus relaciones, en tu trabajo, en tu casa, en tu cuerpo, con tus miedos… Yo dedico todos los lunes a ello, además de un ratito cada día. Y tú, ¿cuándo lo harás?

P.S.

Al final de cada lunes procuraré escribir una entrada, breve y sencilla por lo general, en la que explicaré a qué he dedicado ese día y qué aprendizaje he extraído, si he extraído alguno. Pero escribiré únicamente si considero que puedo compartir algo de utilidad; ya que comprometerme a escribir todos los lunes sería, paradójicamente, una forma de complicarme la vida, ¿no crees?

Este lunes lo he dedicado principalmente a la limpieza digital. Y a descansar, que lo necesitaba.