Sé tú el cambio que quieras ver en el mundo. –Mahatma Gandhi

Las palabras de Gandhi, la ciencia las corrobora.

No es nada nuevo, hace mucho que se sabe el efecto espejo y de imitación que tenemos los seres humanos en cualquier entorno social. También lo poseen los animales; como en esas bandadas de pájaros y aquellos bancos de peces moviéndose en perfecta sincronía. Hace no tanto, sin embargo, que se conocen las neuronas espejo; pero tampoco es nuevo.

En coaching, a ese efecto lo llamamos rapport, o sincronización. Nos ayuda a conectar mejor con la persona que tenemos delante y que la sesión se desarrolle como es debido. Es básico.

Este efecto espejo, además, la cultura popular nos lo recuerda desde hace ya tiempo. Dos que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma condición, y donde fueres, haz lo que vieres.

Esa imitación social consigue fomentar la empatía, favorecer el vínculo social y despertar sentimientos de cercanía y cooperación, incluso entre desconocidos.

La pega, es que en un sentido negativo también funciona. Las fechorías se transmiten igualmente a través de esa imitación. Dime con quién andas y te diré cómo eres, dice de nuevo la cultura popular; o que todo se pega menos la hermosura. Este efecto pernicioso es aún más reconocible. Solo hay que encender la tele a la hora de las noticias para ver numerosos ejemplos.

Pero lo más curioso de todo es que esos comportamientos se transmiten incluso en ausencia de otras personas. Nuestro entorno tiene una gran influencia sobre nuestras acciones. Es lo que se conoce como la teoría de las ventanas rotas. Por ejemplo, en un barrio con pintadas en las paredes y suciedad en las calles, tendemos a conductas menos cívicas que en otro barrio más cuidado.

Por supuesto, no somos conscientes de ese cambio de conducta. En varios experimentos se ha comprobado esto. Algunos exponían a unos estudiantes a palabras o imágenes relacionadas con la vejez. Bastaba ese pequeño estímulo, que funcionaba de disparador, para que los participantes cambiaran su comportamiento para adecuarse a los estereotipos que tenían sobre el tema de dicho estímulo –la vejez. Al terminar el experimento, caminaban más lento, por ejemplo. Cuando se ha repetido el experimento con estímulos que recuerdan al colectivo de las enfermeras, en los participantes aparecían más conductas de ayuda; cuando se ha hecho con estímulos relativos a los políticos, ese cambio aparecía en forma de discursos más ampulosos.

Por tanto, el entorno y la gente que nos rodean, influyen en nuestro comportamiento más de lo que nos gustaría.

La buena noticia es que en sentido contrario también funciona. Lo que implica dos cosas: primera, que si somos conscientes de esta influencia, podemos defendernos de ella en cierta medida y en ciertas ocasiones; segunda, que nosotros también provocamos ese efecto sobre el entorno y sobre los demás, por lo que podemos poner nuestro granito de arena para formar una sociedad mejor. Y ahí es a donde iba.

Porque todo este rollo que te he contado, se resume en la cita del comienzo: sé tú el cambio que quieras ver en el mundo. Por eso me gustan tanto las citas. Encapsulan en pocas palabras un concepto complejo y lleno de sabiduría.

Para terminar, me gustaría que vieras un video en el que se demuestra que un granito de arena puede ser mucho más que eso. Puede convertirse en un gran movimiento. Solo hace falta un segundo granito de arena: un primer seguidor. El video no tiene desperdicio, tanto por el concepto que cuenta, como por el humor con el que lo hace.

 

 

Por cierto, un gran cambio puede ser tan simple como el que promovía la campaña del Ministerio de hace unos años:

 

Si tú lees, ellos leen
Si tú lees, ellos leen

 

Para saber más : Influencia, de Robert Cialdini.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.